Lo dicen un informe de la ONU y estudios realizados en el país. Ellas sufren más la desocupación y sólo ocupan el 34,2% de los puestos jerárquicos. También se las relega en la ciencia y los sindicatos.
¿Está sentado en el escritorio de su oficina?
Fíjese cuántas jefas tiene.
Si no las encuentra, cuente cuántas hace años anhelan un puesto jerárquico en su compañía. Ahora recuerde cuántas se quedaron en el camino. Mire a su alrededor. Esa compañera que tiene su mismo cargo y pasa igual cantidad de horas que usted trabajando, ¿gana lo mismo? No, esa que está por renunciar porque no puede con los hijos, con la casa, con su carrera... Esa no, la otra. Ah, ¿usted tiene un sueldo mejor que ella?
En Argentina –aunque hubo avances– el ámbito laboral sigue siendo difícil para las mujeres. Según los últimos datos del Ministerio de Trabajo, el 30,7% de los varones está en negro y entre las mujeres son el 37,7%, diferencia que se debe en gran parte al servicio doméstico. A mayo 2012, el sueldo promedio bruto en blanco de los varones era de $ 6.766 y el de las mujeres, $ 5.514; en proporción hay muchas más mujeres en servicios, en cambio los varones predominan en la industria.
Pero no son los únicos datos negativos: ellas sufren más la desocupación y por un tiempo más prolongado. También en los puestos jerárquicos se ve la discriminación: según el informe Aporte para el Desarrollo Humano en Argentina, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Conicet, y publicado el año pasado, sólo el 34,2% de los puestos directivos son ocupados por las mujeres , contra el 65,8% de los hombres. En el ámbito educativo hoy es mayor la matriculación femenina en la secundaria y hay una alta participación –aunque inferior a la del hombre– en la universidad. Pero la falta de correspondencia entre la educación adquirida y la calificación de la tarea que se desarrolla es más pronunciada para las mujeres que para los varones. Esto se suma a que el cuidado de los hijos sigue en manos femeninas y eso, para muchas empresas, todavía es considerado como un problema.
Una rápida lectura histórica. En los ‘60 y ‘70, gracias al desarrollo industrial las mujeres empezaron a participar en el mercado laboral. En esa época era visto como algo “moderno”. En los ‘80 se produjo una fuerte segmentación: bajó el empleo industrial y se precarizaron las relaciones laborales. Aun así la participación femenina era del 31%. La convertibilidad y el ajuste de la década de los ‘90 empujó a las mujeres a las ocupaciones de baja calificación (como el servicio doméstico, venta de productos, talleres textiles) para sumar ingresos, pero no relegaron las tareas de su propio hogar. A principios de siglo, ellas superaban a los hombres en calidad educativa: el 57% de las mujeres contaban 12 años de escolaridad, ellos 45%. El informe de Equidad de Género en Argentina, publicado en 2004 por FLACSO, concluyó en que no se había logrado el reconocimiento económico del trabajo femenino, entre otras cuestiones.
Las especialistas consultadas por Clarín coinciden en que es necesario reformular las responsabilidades en el cuidado de los hogares, es decir, conciliar el trabajo y la vida privada. “Todavía no se produjeron rupturas significativas en las concepciones culturales predominantes que consideran que la reproducción social es una responsabilidad familiar, sobre todo de las mujeres.
Es necesario un nuevo paradigma en contraposición al actual trabajador ideal, masculino y sin obligaciones familiares”, apunta Carina Lupica, del Observatorio de la Maternidad.
Laura Masson, docente e investigadora del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín, observa que el mercado laboral no siempre es un lugar amigable para las mujeres. “Sobre todo si tenemos en cuenta que a ellas se les exige un buen desempeño en el ámbito doméstico y en el trabajo. Esto es una carga difícil de sostener. Las mujeres quieren salir de su espacio doméstico para ser reconocidas y los varones no quieren desempeñarse allí porque perderían valor. Una estrategia para lograr la igualdad sería reconocer el valor que el espacio doméstico tiene. Porque sin ese espacio el universo público, que contempla tantas cosas como el trabajo, no podría existir”, suma.